domingo, 7 de octubre de 2012

Espiritualidad de los Misioneros Servidores de la Palabra






La Iglesia de Cristo ha recibido de su Fundador el mandato misionero que ha reafirmado el Concilio Vaticano II: «La Iglesia peregrinante es, por su naturaleza, misionera» (AG, 2); ella debe ir a evangelizar para fortalecer la vida de los hombres. Para los Servidores de la Palabra este mismo imperativo del Señor constituye nuestra espiritualidad.

Si la espiritualidad es una forma de vivir el Evangelio, nosotros la encontramos en el significado bíblico del nombre que llevamos: somos Servidores de la Palabra para ir por todo el mundo proclamando la buena noticia a toda criatura (cf. Lc 1, 2; Mc 16, 15).

Espíritu de servicio y de sacrificio


Para el Servidor de la Palabra la misión consiste en evangelizar, obedeciendo al llamado de Dios y teniendo en programa una vida de servicio y de sacrificio. Vivir como servidores, con verdadero espíritu comunitario, es nuestro compromiso frente al mandato de nuestro Señor Jesucristo.

El espíritu misionero es el espíritu de Cristo, Misionero del Padre, que por obediencia a Él y por amor a los hombres asumió una vida de sacrificio. Al venir al mundo, la segunda Persona de la Santísima Trinidad se revistió de pobreza para acercarse a nosotros, los pobres, y levantarnos de la miseria a costa del sacrificio de su vida. Su privilegio fue servir a los demás, sin importarle las humillaciones y fatigas. Es por eso que la pobreza y el espíritu de sacrificio son virtudes indispensables para llevar con eficacia la Palabra de Dios a los hermanos.

La pobreza, vivida como dependencia absoluta de Dios, y como disponibilidad para el servicio del hombre, es la primera cualidad que Dios exige a los que llama para continuar su obra. En la línea del apostolado, la vivencia de la pobreza es un elemento importantísimo para enriquecer a los hombres en la experiencia de Dios.

San Pablo nos presenta el retrato del misionero, generoso y sacrificado, que sigue estas pautas en su vida: «Que todos nos consideren como servidores de Cristo y encargados suyos para administrar las obras misteriosas de Dios» (1Co 4, 1.9.11-13). Quien aprende a valorar el sacrificio como medio de purificación puede dar un testimonio auténticamente evangélico. Este es el espíritu misionero que deben tener los elegidos a llevar el evangelio.

La virtud de la humildad
La humildad es indispensable para que el misionero pueda perseverar en su vocación y permitir que Dios actúe y manifieste su amor. Los Servidores de la Palabra deben procurar el cultivo de esta virtud, sabiendo que Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes.
El mismo nombre de servidores es un programa de vida: el servidor trabaja a beneficio de otros, no es el mejor ni el más importante. Su trabajo es obedecer al Señor con generosidad y darle gloria por lo que Él realiza mediante sus servidores. Debe tener presente, al cabo de la actividad apostólica, lo que el Señor nos enseña: «Cuando hayan hecho todo lo mandado, digan: no somos más que unos pobres servidores, que hemos hecho lo que teníamos que hacer» (Lc 17, 10).

El Servidor de la Palabra, que está llamado a realizar obras grandes a favor de los demás, necesita ser generoso para conseguir mucha ayuda de Dios; nunca debe compararse con otras instituciones apostólicas, sino que ha de estar abierto para descubrir los talentos de los otros.



Vida de oración
Hay un elemento que está a la base de una evangelización eficaz, y éste es la comunicación con Dios en la oración. Un Servidor de la Palabra vale tanto cuanto sabe orar, así que, para anunciar la Palabra de Dios, el Servidor de la Palabra debe ser hombre de oración, pues de ello depende la eficacia de su apostolado.

El misionero encuentra la paz en la oración, para sí mismo y para los demás. Sabe que orar no es sólo hablar con Dios, sino también callar y escuchar lo que el Señor le pueda comunicar. Para esto se necesita un corazón humilde y lleno de fe, por el que pueda estar en sintonía con Dios. Además de la Liturgia de las Horas y la Eucaristía diaria, tiene una hora cotidiana de oración ante el Santísimo Sacramento del Altar.

Inquietos y tesoneros
Una persona que se consagra a Dios no puede ser una persona dormida; el Servidor de la Palabra debe ser ágil, generoso, dinámico, inquieto, tesonero y emprendedor. Así podrá llevar la Palabra de Dios sin miramientos ni complejo alguno.

Su deseo de anunciar la Palabra de Dios no debe admitir ninguna barrera ni de tiempo, ni de espacio. La enseñanza de la parábola de los talentos (Mt 25, 14-30) ilustra muy bien la dinámica que Cristo exige al Servidor de la Palabra.

Con expresiones muy duras, Jesús reprende en esta parábola a quien se contenta con no echar a perder lo que Dios le ha entregado. Lo llama servidor flojo, malo e inútil, al que su amo condena arrojándolo en la oscuridad de «allá afuera donde hay llanto y desesperación».










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